sábado, 29 de mayo de 2010

Onírico

Mientras presionaba el acelerador lo suficiente para que Jorge se perturbara un poco en el asiento del copiloto, enunciaba la frase clave: Te lo digo, güevón. Esto de los sueños es así, te juro que ahora, por el solo hecho de pensarnos aquí los dos, en esta situación quimérica del auto y el velocimetro a 190, ingresamos al mundo onírico. Intenta nada más contorsionarte o subirte a un arbol acá adentro, llamar a un animal muerto o revolcarte en un lecho de rosas. Te apuesto que cantamos mejor que la Piaf y que nos salen así de fáciles unos pasos de lambada, hasta te pondría peluca rubia para la ocasión. El cigarro se consumia en los dedos de Jorge, teñido en la boquilla por el púrpura suave del vino tinto. Con un ademán desafiante lo lanzó por la ventana sin acabarlo, como para sumarse al sueño en un acto aniquilante, que lo desenmascarara. Se rascó la cabeza con una sonrisa, sacó la lengua, risueño miró al reflejo de los ojos en el espejo y dijo sin más: pruébalo. Se encontraron perseguidos por un par de minutos de silencio. El uno confundido, el otro triunfante. Por un momento la radio se silencio también. Ahí esperaron que diera el verde, compartiendo varios tragos de la caja de vino y encendiendo otro cigarro. Luego, mientras presionaba el acelerador lo suficiente para que Jorge se perturbara otro poco en su asiento, se vieron adelantados por un tren de caracoles, las palomas del parque volaban de espalda, los borrachos en las tabernas brindaban a su salud, los feligreses en las iglesias se abrazaban y los soldados en la primera línea de fuego se daban largos besos en la boca. Nunca más hablaron del asunto..

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