domingo, 19 de febrero de 2012

Décima segunda parte: algunas tesis que asumimos como propias


Nos gustaría brindar, en este apartado, una serie de tesis con las cuales nos identificamos y que hemos ido encontrando en nuestro recorrido.

En primer lugar, comenzaremos con una completa definición de posmodernidad que encontramos en Modernidad y posmodernidad: una óptica desde América Latina de R.Follari:

La posmodernidad es el rebasamiento de lo moderno; no su “superación” (Aufhebung) recuperante hegeliana, sino su aceptación/profundización     (Verwidung), en el sentido de Heidegger [G. Vattimo, El fin de la modernidad,   Gedisa, Barcelona, 1987, p. 151]. Es decir: se trata de la culminación de lo          moderno donde éste, en su consumación, produce efectos paradojales. El    gigantismo propio de la proyectualidad moderna, fruto de la tecnología y de la         racionalidad instrumental, lleva a la saturación sobre esa misma racionalidad, a            la masificación solipsista y a la atomización de mundos sobrepuestos en las            metrópolis, al rechazo de la técnica y la imposibilidad de lo proyectual,     derivándose hacia “el fin del énfasis” y el “pensamiento dulce”, a un        debilitamiento de la voluntad política e instrumental. Lo posmoderno no es “lo           contrario” de lo moderno, ni tampoco su continuación homogénea; es la            culminación de la modernidad donde ésta, a través de su propio impulso, se  niega a sí misma. (Follari, 1990: 14) [negrita nuestra]

Luego, y a partir del texto “Introducción al posmodernismo” de H.Foster[1], el epistemólogo mendocino analiza las posiciones de ciertos autores en relación a lo posmoderno y, en primera instancia, adhiere a la idea de que existe tanto “posmodernidad impugandora y contestaria como complaciente y adaptativa”. Sin embargo agrega que, en función del abordaje que suelen hacer autores que suscriben y celebran la posmodernidad, su “movimiento” se convierte en impugnador y conservador al mismo tiempo. En su análisis, no se descarta la crítica desde el marxismo tradicional, crítica fundamentada en nociones modernas.

Será necesario realizar una distinción entre el desarrollo de la modernidad y la posmodernidad en países centrales y en países periféricos. En el llamado “primer mundo”, la modernización fue realizada en su totalidad y estudiada en ese marco. Sin embargo, en países periféricos como el caso de Latinoamérica, es posible encontrar una friccional convivencia de elementos modernos y posmodernos. Por ello, podemos asumir que “nuestro subcontinente parece estar atravesado por las cualidades y consecuencias de una modernidad que fue aquí menos emancipatoria y mucho más trunca, y por trazos de posmodernidad que gestan valores sobre bases seguramente diferenciales de las del primer mundo.”[2] Aclaramos aquí que la modernidad a la que nos estamos refiriendo no es la “modernidad realmente existente”, o sea, a aquella vinculada con el “mito de la modernidad”. Luego podremos analizar más detenidamente este concepto, adelantando que buena parte de su razón de ser estará construida sobre la idea de dominación y barbarie.

Por otro lado, pero atendiendo al núcleo construido a partir de la idea de “razón”, espacio de disputa de “modernos” y “posmodernos” por la caracterización razonable de su construcción conceptual y lugar de poder, adherimos a la siguiente afirmación que funcionará como visagra de esta discusión:

El racionalismo, en su unilaterización de la experiencia pensada y asumida por la             filosofía y por el pensamiento en general, dio lugar constantemente a la        aparición de un “irracionalismo” concomitante, entendible como su interna    oposición dialéctica, como el polo negativo y subordinado de un mismo movimiento de lo social-real. (Follari, 1990: 24)

A partir de aquí, nos adentramos en la tesis fundamental de F.Jameson que encontramos en buena parte de nuestro recorrido investigativo, y que postula al posmodernismo como lógica cultural dominante del capitalismo tardío.

El proceso de globalización se ha abierto en el mundo y ha alcanzado una dimensión impensada hasta hace no más de 50 años. Las industrias nacionales han comenzado a difuminarse, al ritmo del avance de la liquidación de las fronteras en el proceso de afianzamiento de un Capital Internacional. Esto no es nuevo en su esencia -ya lo marcaba el Manifiesto Comunista o la caracterización que diera V.Lenin sobre Imperialismo-, pero sí es evidente su profundización en relación a los mecanismos de construcción industrial descentralizados, la digitalización y robotización de ciertos sectores de la economía financiera y de servicios como así también la celeridad con que las crisis del capital se expanden por el mundo. Esta velocidad indica, como mínimo, el alto nivel de imbricación de las economías y la dependencia mutua de éstas. Aunque no es menor la gran capacidad que ha mostrado el capitalismo para hacer mercancías de las imágenes y de la información/conocimiento, creemos que “aún” existe una base industrial que posibilita su desarrollo. Los mecanismos de “autoengaño” que genera la economía de cuño neoliberal relacionados con la especulación financiera al estilo de la “burbuja inmobiliaria” que explotara en Wall Street a fines de 2008[3], pone de manifiesto la esperable desconfianza que deberían asumir los sectores subalternos (y no sólo ellos) a la hora de analizar los “números oficiales” y las diversas teorías derivadas/creadas por ellos.

En este sentido, F.Jameson asume que: “Tales teorías [habla de la “sociedad posindustrial” -Daniel Bell-, sociedad de consumo, sociedad de los medios masivos, sociedad de la informática, sociedad electrónica o de la “tecnología sofisticada”, etc.] tienen la obvia misión ideológica de demostrar, para su propio alivio, que la nueva formación social ya no obedece las leyes del capitalismo clásico, o sea, la primacía de la producción industrial y la omnipresencia de la lucha de clases” (Jameson: 1991, p.17).

En concordancia con lo anterior, retoma el análisis de Ernest Mandel y la periodización del capitalismo industrial. Por eso, F.Jameson dice que resulta apropiado “distinguir entre varias generaciones de máquinas, entre diversos estadios de la revolución tecnológica en el propio seno del capital”. Así que, cita a E.Mandel que ordena esta situación de la siguiente manera: 

Las revoluciones fundamentales en la tecnología energética -la tecnología de la    producción de máquinas motrices por medio de máquinas- se presentan así como      los momentos fundamentales de las revoluciones tecnológicas en su conjunto. La         producción maquinizada de los motores de vapor desde 1848; la producción      maquinizada de los motores eléctricos y de combustión interna en la última          década del s. XIX; la producción maquinizada de los aparatos movidos con       energía nuclear y organizados electrónicamente a partir de los años '40: en este      siglo [XX] representan las tres revoluciones tecnológicas engendradas en el modo de producción capitalista desde la revolución industrial “original” a fines del siglo            XVIII.[4]

El autor francés vinculaba cada una de estas revoluciones con tres momentos diferenciados del capitalismo y que han significado, cada uno de ellos, una expansión dialéctica en relación al anterior. Los tres momentos serían: el capitalismo de mercado, el estadio monopolista o del imperialismo y nuestro propio momento denominado como capitalismo multinacional (erróneamente llamado “posindustrial”). F.Jameson “montará” su periodización cultural a partir de este diagrama en movimiento, generando, de esta manera, una etapa de realismo, otra de modernismo y, por último, nuestra etapa de posmodernismo.

Es válido observar que existe un nivel de representación distinto en relación a las diversas tecnologías. En la actualidad, una computadora o “el aparato electrodoméstico” denominado televisor, asumen características diferenciadas a lo que podría ser una turbina o un tren. Los primeros, a diferencia de los segundos, más bien que “absorben” nuestra forma de representarnos antes que “expulsar/demostrar”, antes que tener presencia “en relieve”. Lo que, en algún momento caracterizó a ciertos avances tecnológicos en el marco de su grandilocuencia y evidente “acumulación de trabajo”; hoy se ven reducido a aparatos que, “hacia afuera”, no dicen mucho, no articulan gran cosa, pero que logran implotar priorizando su capacidad de reproducción de imágenes.

F.Jameson no quiere quedarse en una visión puramente tecnológica, ni postularla como “lo que en última instancia determina”, sino que busca “apuntar que nuestras representaciones defectuosas de una inmensa red de comunicaciones y de computación no son más que una figuración distorsionada de algo más profundo, a saber, todo el sistema internacional del capitalismo multinacional de nuestros días” (Jameson,1991: 63).

Sin embargo, esto no nos impide pensar en una nueva revolución de la máquina que fundaría su Cuarta Edad (siguiendo la propuesta de Mandel y Jameson). Esta revolución tiene que ver con la producción maquinizada y computalizada de dispositivos robóticos que hace posible la existencia de maquinas computalizadas. Para decirlo de otra manera, hablamos de computadoras que hacen computadoras.
 
En consonancia, cuando se analiza a la cultura en estricta relación con el capitalismo multinacional, puede observarse un fenómeno preponderantemente posmoderno que impulsa una suerte de “derrame cultural” como condición instrumentalizada por la lógica del Capital. Así lo explica E. Fernandez al analizar a F.Jameson:
           
            ... la autonomía de la cultura, fenómeno típicamente moderno, es así el resultado             de la compleja instrumentalización del mundo, que opera distinguiendo y jerarquizando funciones de acuerdo con sus posibilidades de uso técnico, e impulsa hacia una conformación separada y un desarrollo autónomo a las nuevas capacidades no instrumentales, ahora liberadas. El capitalismo tardío ha   destruido la cuasi autonomía de lo cultural, su capacidad de colocarse por            encima del mundo práctico vital para denunciarlo o legitimarlo. Esto es el             resultado, no de la extinción de la cultura, sino por el contrario de su prodigiosa             expansión en el dominio de la sociedad contemporánea. A causa de esta   extraordinaria expansión, todo se ha convertido en cultura, pero lo ha hecho de         un modo radicalmente original: los valores mercantiles, los hábitos, el poder       estatal, etc. se han transformado en una colección de simulacros o imágenes que parecen no guardar ya ninguna relación con lo “real”.[5]     
            [En otras palabras (dice F.Jameson):] Lo que tenemos que preguntarnos ahora es si no es precisamente esta “semi autonomía” de la esfera cultural lo que ha sido          destruido por la lógica del capitalismo tardío. (…)... la disolución de una       esfera autónoma para la cultura más bien debe ser imaginada en términos de una            explosión: de una prodigiosa expansión de la cultura por todo el terreno social,    hasta el punto de que se puede afirmar que toda nuestra vida social -desde el           valor económico y el poder estatal hasta las prácticas y la propia estructura de la            misma siquis- se han tornado “culturales” en cierto sentido original que la teoría   aún no ha descrito.[6]  

A raíz de este proceso, se genera una serie de interrogantes en lo que al arte se refiere. El arte-cultural, en un marco de desgaste de su legitimidad per se, empieza a ser discutido en términos de “compromiso político”, “sentido crítico” o simple “punto de vista”. El posmodernismo asume así un patrón “pop-ular” (D.Harvey), generando una lógica del pastiche para consumo masivo. En este punto: ¿qué lugar se reserva el posmodernismo para la “crítica social”?, ¿vale preguntarse sobre un “cambio social” que tuviera al arte posmodernista como protagonista? (actitud que sí asumirían vanguardias “modernas” de otro tiempo) y ¿cabe analizar a esta lógica cultural dominante desde patrones más cercanos a postulados “pasados” de cuño moderno?

Atendamos, de igual manera, esta delicada tensión, en donde puede verse el hilo fino sobre el cual estamos caminando. Pinchemos, como lo hace Jameson, las partes en donde creemos que el sistema no da (ni quiere dar) respuestas. Saltemos sutilmente desde el arte posmodernista a la breve caracterización sobre la clase dominante, el discurso, la hegemonía y la nación. Veremos cómo el giro de nuestro autor guarda “deseos modernos” en un mundo que se empeña en dejar de serlo: “Si las ideas de una clase dominante fueron en una época la ideología dominante (o hegemónica) de la sociedad burguesa, hoy en día los países capitalistas avanzados se han convertido en campo de una heterogeneidad estilística y discursiva carente de norma. Aunque amos sin rostro siguen modelando las estrategias económicas que constriñen nuestra existencia, los mismos ya no necesitan (o no pueden) imponer su discurso; y la posliteralidad del mundo del capitalismo tardío no sólo refleja la ausencia de un gran proyecto colectivo, sino también la desaparición del antiguo lenguaje nacional”. (Jameson, 1991: 36)

En otro lugar podemos observar este mismo movimiento. Sin duda, la elección teórica y metodológica, la formación que hemos recibido y aún el gusto por una u otra idea van modelando el baile entre modernos-posmodernos. Cuando C.Yarza analiza los cinco movimientos en que P.Anderson desarrolla la intervención de F.Jameson, el cuarto de ellos se pregunta: ¿cuáles son las bases sociales, cuál el patrón geopolítico de lo posmoderno? Reescribimos sólo la primera parte, en donde se explica que “el capitalismo tardío seguía siendo una sociedad de clases, pero ninguna de las clases era ya exactamente la misma que antes. El vector inmediato de la cultura posmoderna se encontraba sin duda en el estrato de recién enriquecidos empleados y profesionales (…) Por encima de ese frágil estrato de yuppies asomaban las macizas estructuras de las propias corporaciones multinacionales (…) Por abajo, con el desmoronamiento de un orden industrial más viejo se han debilitado las tradicionales formaciones de clase, mientras se van multiplicando las identidades segmentadas y los grupos locales, típicamente basados en diferencias étnicas o sexuales. A escala mundial -que es el terreno decisivo de la época posmoderna- no ha cristalizado aún ninguna estructura de clases estable que se pudiera comparar a la del capitalismo anterior. Los de arriba tienen la coherencia del privilegio; los de abajo carecen de unidad y de solidaridad. Un nuevo 'obrero colectivo' está todavía por surgir.”[7]     

Por un lado, Roberto Follari hace un abordaje que tiene una fuerte raigambre en lo científico. Su propuesta se mueve en relación a despejar ciertas mezclas y confusiones entre modernidad, modernización y modernismo; marxistas anti-posmodernos, marxistas anti-modernidad, posmodernos que reivindican la posmodernidad y otros que no se asumen como tales. Pero, sobre todas las cosas, su lente está focalizada en la diferenciación científica en relación a corrientes de pensamiento, marcos de explicación de la realidad y tradiciones teóricas que han participado de esta discusión. Sin ir más lejos, el apartado II de Modernidad y posmodernidad: una óptica desde América Latina refiere puntualmente a la “Recomposición de lo interdisciplinario por la posmodernidad”. Puede vislumbrarse, en el último apartado de su obra, un análisis de corte más “político-contextual” vinculado a nuestro subcontinente, sin dejar de lado el núcleo (de alguna forma, filosófico) modernidad-posmodernidad.

Por otro lado, Fredric Jameson realizará un análisis marxista de la cultura en la época del capitalismo multinacional, siendo uno de los referentes dentro de esta corriente en relación a la temática que venimos desarrollando. No adherimos a la crítica de cierto marxismo ortodoxo que tilda a la obra de Jameson de “puramente cultural”. Evidentemente, este pensador norteamericano ha retomado buena parte de la tradición marxista, haciendo uso -y defendiendo- conceptos como, por ejemplo, “modo de producción”. Que sea la cultura posmodernista aquel espacio en donde ha aplicado su lectura del materialismo histórico, no significa que este último no exista en su obra y, por eso mismo, sería un error tildarlo de otra cosa que no sea el de realizar un análisis marxista de una sociedad que asume un modo de producción capitalista en su etapa multinacional, haciendo existir, de esta forma, una cultura posmodernista dominante como parte de su lógica interna.

Por último, diremos que Enrique Dussel en 1492. El encubrimiento del otro realiza un estudio ontológico-filosófico. Sus conferencias están centradas en el “descubrimiento de América” y, a partir de allí, en el estudio de la modernidad y su mito. La mayor parte de su obra no está situada en discusiones contemporáneas -sólo algunas pocas relacionadas con Habermas y O.Apel- (cosa que sí encontramos en R.Follari y F.Jameson) ya que su lectura busca descubrir las proposiciones eurocéntricas que fueron trasladadas a nuestro continente y se convirtieron, en buena medida, en nuestro sentido común. Su movimiento se dirige “tan atrás” que llega a explicar cómo Europa fue, durante varios siglos, la periferia del mundo musulmán. Esta argumentación le sirve para demostrar la construcción de Europa como Centro a partir de ciertas nociones que verían su momento descollante en autores como R.Descartes, I.Kant y G.Hegel (La Ilustración en su conjunto). La “civilización occidental y cristiana” encontrará en el “mito de la modernidad” y en el “ego conqueror” (yo conquisto), teorizados por E.Dussel, una medida justa a los pueblos originarios “latinoamericanos”. En este sentido, nos sirven sus tesis como una manera de poner “cabeza arriba” una historia contada por los conquistadores europeos y que, en su práctica de conquista, supieron poner las bases para la primera lectura “positiva” de la modernidad: civilización y razón europeas contra barbarie indígena; propiedad privada europea contra propiedad comunal indígena; cristiandad “occidental” contra “creencias” indias; en resumidas cuentas, superioridad española-portuguesa (Lo Mismo) contra inferioridad nativa americana (Lo Otro). De esta forma lo presenta nuestro autor:

Se trata de ir hacia el origen del “Mito de la Modernidad”. La Modernidad tiene             un “concepto” emancipador racional que afirmaremos, que subsumiremos. Pero,   al mismo tiempo, desarrolla un “mito” irracional, de justificación de la violencia,    que deberemos negar, superar. Los postmodernos critican la razón moderna            como razón; nosotros criticaremos a la razón moderna por encubrir un mito             irracional (Dussel, 1992: 9).
El 1492, según nuestra tesis central, es la fecha del “nacimiento” de la      Modernidad; aunque su gestación -como el feto- lleve un tiempo de crecimiento           intrauterino. La Modernidad se originó en las ciudades europeas medievales, libres, centros de enorme creatividad. Pero “nació” cuando Europa pudo confrontarse con “el Otro” que Europa y controlarlo, vencerlo, violentarlo;        cuando pudo definirse como un “ego” descubridor, conquistador, colonizador de   la Alteridad constitutiva de la misma Modernidad. De todas maneras, ese Otro       no fue “descubierto” como Otro, sino que fue “en-cubierto” como “lo Mismo”     que Europa ya era desde siempre. (Dussel, 1992: 9-10)
 
Por lo anterior, vale recordar que aquella clase social que es propietaria de los medios materiales para la subsistencia, a su vez es propietaria del desarrollo espiritual de una época. Por eso mismo, suele suceder que las ideas de esa clase se transforman en las ideas de toda una sociedad, en el espíritu de toda una sociedad en un momento determinado. Luego, cuando una clase es suplantada por otra en el ejercicio del dominio, se gesta el mismo proceso que se dio en un primer momento, y esta nueva clase hace creer que sus postulados “individuales” son postulados “generales”, o sea, de toda la sociedad. Esta dinámica se daría hasta que, en el comienzo de la historia de la humanidad, dejaran de existir las clases sociales.[8] 

El señalamiento que hicieran los invasores europeos a la “falta de propiedad privada” en los pueblos originarios como motivo de “déficit humano” (“falta” que también señalara, años después, C.Darwin) dan la pauta sobre la “doble vida”, la “doble moral”, el “doble estandar” que tenían los allegados de la vieja Europa en 1492. Su ¡tan común! propiedad privada ha marcado nuestra división hasta estos días, creando un sistema que hace del ser humano un ser escindido entre dos lógicas que chocan irremediablemente. “Allí donde el Estado político ha alcanzado su plena realización, el hombre lleva una doble vida... una vida celeste y una vida terrenal: la vida en la comunidad política, donde aparece ante sus propios ojos como un ser social, y la vida en la sociedad civil, donde actúa como hombre privado, considerando a los otros hombres como sus medios y rebajándose a sí mismo al papel de simple instrumento, juguete de fuerzas ajenas.”[9]

Bibliografía General

Berman, Marshall (1988); Todo lo sólido se desvanece en el aire, siglo XXI, Madrid.
Chingo, Juan; Crisis y contradicciones del capitalismo del “siglo XXI”. Disponible en web: http://pts.org.ar/spip.php?article8666. (12/09/10)
Dussel, Enrique (1992); 1492. El encubrimiento del otro, Nueva Utopía, Madrid.
Fernández, Estela (1999); Hegel y el apogeo de la razón moderna, mimeo. La constitución de la razón moderna en la historia. Caracterización y periodización de la modernidad. El debate modernidad-posmodernidad, mimeo. La crítica marxiana al capitalismo como fuente de alienación humana: desde los textos juveniles hasta la obra del pensador maduro, mimeo. (2000) Fredric Jameson: el posmodernismo como pauta cultural dominante del capitalismo tardío. Textos de cátedra de la materia “Problemática Filosófica”, carrera de Sociología, FCPyS, UNCuyo, Mendoza.
Fernandez Farias, Marcelo (2008), La situación actual del zapatismo. Un ejemplo latinoamericano de reivindicación étnica. Disponible en web: http://bdigital.uncu.edu.ar/fichas.php?idobjeto=2767. (12/09/10)
Follari, Roberto (1990); Modernidad y posmodernidad: una óptica desde América Latina, Rei, IDEAS y Aique; Buenos Aires.
Harvey, David (2008); La condición de la posmodernidad, Editorial Amorrortu, Buenos Aires.
Hegel, G.W.F. (1977); Introducción a la Historia de la Filosofía, Aguilar, Buenos Aires. (Págs. 43-45 y 70-82)
Jameson, Fredric (1991); Ensayos sobre el posmodernismo, Ediciones Imago Mundi, Buenos Aires. 
Karl, Marx y Engels, Fredrich (2009); Sobre el arte, Claridad, Buenos Aires.
Lunn, Eugene (1986); Marxismo y Modernismo, Fondo de Cultura Económica, México.
Lyotard, J.F. (1995); “Introducción”, en La condición posmoderna. Informe sobre el saber, Red Editorial Iberoamericana, Buenos Aires.
La Araña Galponera (2008), Librito de postales de La Araña Galponera, Colectivo Ediciones, Buenos Aires.
Pigna, Felipe (2010); 1810. La otra historia de nuestra Revolución fundadora, Planeta, Buenos Aires.
Yarza, Claudia (2000); Perry Anderson y Fredric Jameson: los significados del posmodernismo.  Texto de cátedra de la materia “Problemática Filosófica”, carrera de Sociología, FCPyS, UNCuyo, Mendoza.


[1]    Foster, H. et al; La posmodernidad, kairós, Barcelona, 1986.
[2]    CLACSO, Identidad latinoamericana, modernidad y posmodernidad, Documento preliminar a la Conferencia Internacional de Buenos Aires, 14-16 de octubre de 1987 citado en Follari, R.; op. cit, p. 148.
[3]    Ver Crisis y contradicciones del capitalismo del “Siglo XXI” de Juan Chingo en  http://pts.org.ar/spip.php?article8666
[4]    Mandel, Ernest; “El capitalismo tardío”. México, ERA, 1979, p. 115 citado en Jameson, Fredric; Ensayos sobre el posmodernismo, p.60. “Podemos hablar de nuestra época como la tercera e incluso la cuarta Edad de la Máquina”.
[5]    Fernandez, Estela; Fredric Jameson: el posmodernismo como pauta cultural dominante del capitalismo tardío. Apunte de cátedra de Problemática Filosófica, carrera de Sociología, 2000, págs. 2-3.
[6]    Jameson, Fredric; op. cit., p.78.
[7]    Yarza, Claudia; Perry Anderson y Fredric Jameson: los significados del posmodernismo. Apunte de cátedra de Problemática Filosófica, carrera de Sociología, 2000, p. 8.
[8]    Ver Marx, K. y Engels, F.; Sobre el arte, págs. 64-65 y sgtes.
[9]    Karl Marx, “La cuestión judía”, en J.C.Portantiero y E. de Ipola, Estado y sociedad en el Pensamiento Clásico. Antología conceptual para el análisis comparado, Bs. As., Cántaro, 1987, p. 107 en Fernández E., La crítica marxiana al capitalismo como fuente de alienación humana: desde los textos juveniles hasta la obra del pensador maduro, mimeo, p. 2.

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