En
los últimos tiempos el progresismo parece estar tomando un sendero
distinto al de la izquierda que le dio su origen. Esta divergencia que
asoma también se expresa en cómo se aborda la globalización y la
integración latinoamericana.
La
situación actual es heterogénea, por momentos contradictoria. Se debe
celebrar, por ejemplo, contar con ámbitos de discusión política como
UNASUR o CELAC, rompiendo con las tutelas de Estados Unidos. Pero
persisten estrategias conservadoras de liberalización comercial, como
los de la Alianza del Pacífico.
Unas
cuantas razones de esa heterogeneidad se encuentra en la divergencia
entre izquierda y progresismo, y para explicar esas circunstancias es
apropiado un breve repaso histórico. La izquierda latinoamericana que
maduró en la década de 1990 tenía unas cuantas ideas bastante claras
sobre la integración. Su proyecto político iba mucho más allá de la
liberalización comercial, defendiendo coordinaciones en manejar
inversiones y endeudamiento, protección de los migrantes, y apoyos a
obreros y campesinos, especialmente por medio de políticas productivas
regionales. Buscaba romper la dependencia ante la globalización y
cuestionaba institucionalidades como las de la Organización Mundial del
Comercio (OMC).
La
lucha contra el ingreso de México al TLCAN, o ante los tratados de
libre comercio de Chile, Perú, Colombia y varias naciones
centroamericanas con EE.UU., obligó a explorar otras opciones económicas
y políticas de la integración. Todavía más se aprendió en las
coordinaciones de amplios sectores de izquierda en las negociaciones del
Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), lideradas por EE.UU.,
con el apoyo de Canadá.
Muchos
de esos aprendizajes explican muchas de las medidas que se tomaron
cuando la izquierda conquistó varios gobiernos. Se cambió la postura en
el seno de los bloques regionales, se detuvo el ALCA, y se lanzaron
innovaciones, algunas específicas (como la idea boliviana de tratados de
comercio entre los pueblos, el Banco del Sur, o un mecanismo propio de
pagos recíprocos, el SUCRE), o incluso más ambiciosos (como el ALBA, y
sus estructuras asociadas). Pero a medida que el impulso inicial de
izquierda fue reemplazado por el pragmatismo del progresismo, se
afectaron muchas posturas. Ese cambio se puede ilustrar con algunos
ejemplos.
El
primero se refiere a la iniciativa en infraestructura sudamericana,
conocida como IIRSA, una iniciativa inicialmente alentada por Brasil,
sin duda era funcional a la ideología del ALCA. A tono con el espíritu
neoliberal, apostaba a una red de carreteras e hidrovías extrovertidas
hacia la globalización, que permitiera enviar materias primas desde el
corazón del continente a los grandes puertos oceánicos. Las izquierdas
latinoamericanas criticaron duramente IIRSA; no podía ser de otra manera
dada su estrecha asociación al proyecto ALCA. A su vez, las
alternativas de izquierda postulaban otra integración física
continental. A pesar de ello, a medida que se consolidó el progresismo,
se aceptaron las ideas de IIRSA, aunque ahora reubicadas como Consejo
Suramericano de Infraestructura y Planeamiento (Cosiplan), dentro de
UNASUR (1). Todos los gobiernos, sin distinciones entre conservadores o
progresistas, lo financian.
En
la misma línea, en 2006, Evo Morales presentó a los presidentes y
pueblos sudamericanos una carta proponiendo otra integración continental
“para Vivir Bien”. Defendía, por ejemplo, la complementaridad entre las
economías, el comercio justo, fondos económicos para compensar
asimetrías, y una articulación física distinta a la de IIRSA (2). Aunque
en su carta estaba el espíritu de una integración desde la izquierda,
no tuvo mayor acogida, y con el paso del tiempo, el progresismo actual
parecería que la ha olvidado.
Estos
ejemplos ilustran vías desde las que asoma la divergencia entre
izquierda y progresismo, una distinción planteada en un artículo
anterior (3), en este caso ante la integración y la globalización. No es
que desaparecieran todas las posturas y sensibilidades previas, ya que
muchas de ellas siguen presentes, explicando elementos como la
resistencia a los TLCs y la retórica latinoamericanista.
Pero
el progresismo, al seguir priorizando las exportaciones de materias
primas, termina en países que compiten entre ellos en acceder a los
mercados globales. Los países cafeteros y sojeros compiten entre sí, y
otro tanto hacen los exportadores de cobre, hierro, plata y otros
minerales, y así en otras materias primas. También compiten en atraer el
capital necesario para esos proyectos, en flexibilizar las condiciones
sociales y los permisos ambientales, e incluso en asistencias en
infraestructura o energía barata.
Esta
dinámica impide una integración productiva y comercial genuina. Los
gobiernos resisten llegar a compromisos regionales para regular la
oferta, los stocks disponibles, y los precios de sus materias primas (a
pesar de existir iniciativas pasadas en ese sentido). A su vez,
necesitan avanzar en redes construidas bajo el espíritu de IIRSA para
asegurar sus exportaciones.
Frente
a la globalización, existen algunos intentos en recuperar autonomía
(por ejemplo, desvinculándose del CIADI). Pero, en líneas generales el
progresismo quedó anclado en la globalización, ya que la necesita para
mantener esas corrientes exportadoras y los flujos de capital. Cumplen
con los acuerdos de la OMC y siguen las regulaciones globales para el
comercio e inversiones. Brasil es, posiblemente, el país que más ha
batallado por instalarse en esa globalización (buscando la dirección de
la OMC, participando activamente en el G 20 y formalizando a los BRICs).
Por esas y otras razones, el progresismo no logró desglobalizarse.
Durante
las campañas frente al ALCA, las izquierdas aprendieron la importancia
de una articulación continental que redujera las asimetrías (diferencias
entre economías grandes y pequeñas) y permitiera una convergencia
(mejorando las condiciones de las economías más pequeñas). Al caer el
ALCA, el temario de asimetrías y convergencias perdió fuerza. Es que
discutir esos procesos dentro de América del Sur implica debatir el
papel de Brasil, la economía más grande, una cuestión más que espinosa
para gobiernos (y varios en los movimientos sociales). Es cierto que
Brasil y otros países aceptaron la propuesta de Chávez de transitar
desde una Comunidad Sudamericana de Naciones a una “unión”, pero no
puede olvidarse que uno de sus resultados concretos fue abandonar la
construcción concreta de políticas comunes y mecanismos para reducir
asimetrías y asegurar convergencias. Aunque el progresismo invoca el
latinoamericanismo, parece haber adoptado finalmente la postura
brasileña, que defiende una soberanía en un viejo sentido, para rechazar
cualquier compromiso supranacional.
El
MERCOSUR, que se suponía sería “refundado” en los años en que todos los
gobiernos de sus miembros estaban en manos del progresismo, avanzó en
cuestiones como cultura o migraciones, pero no logró acuerdos en
sectores claves como energía, minería y agroalimentos. No sólo eso, sino
que ha caído en todo tipo de disputas internas (incluso imposiciones
sobre los socios pequeños), hasta casi paralizarlo. A nivel continental
también quedaron por el camino otras innovaciones audaces, como la
propuesta de Hugo Chávez de “compartir” sus recursos petroleros,
mediante acuerdos recíprocos con empresas estatales de países amigos. La
situación se ha vuelto tan compleja, que hasta más de un gobierno
progresista ahora mira con interés a la Alianza del Pacífico (Ecuador y
Uruguay son observadores), o está dispuesto a negociar un acuerdo de
libre comercio con la Unión Europea (como Brasil o Ecuador).
Sin
duda que este repaso no agota una problemática por demás compleja.
Tenemos claro que el camino futuro no está, por ejemplo, en esquemas
como los de la Alianza del Pacífico. Pero hay que saber reconocer el
malestar con los problemas de una integración estancada o contradictoria
en algunos frentes. Sus limitaciones las sufren, por ejemplo, obreros
fabriles o pequeños agricultores, que como no encuentran salidas
productivas dentro del continente, quedan a merced de la globalización.
No siempre es fácil analizar esa cuestión, ya que cualquier observación
podrá ser usada por los sectores conservadores para promover sus modelos
TLCs.
La
mejor manera de romper con esas trampas es retomar el espíritu de
izquierda para enfrentar la globalización y la integración. Esto es
fortalecer instancias como UNASUR o CELAC, pero incorporándoles
mecanismos para recuperar autonomías frente a la globalización y
acuerdos regionales concretos. Entre las prioridades están la regulación
de la oferta y stocks de materias primas, cadenas industriales
compartidas entre países, y la reorientación de la agropecuaria y las
conexiones de transporte hacia las necesidades continentales, antes que
los mercados globales. Esas y otras medidas se corresponden a aquel
llamado, lanzado desde Quito, hace más de diez años atrás, “otro
desarrollo es posible, otra integración es posible”, que sigue siendo
válido.
- Eduardo Gudynas es analista en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social), Montevideo. Twitter: @EGudynas
Notas:
1. La resurrección de la IIRSA, Héctor L. Moncayo, 30 octubre 2012, ALAI: http://alainet.org/active/62622&lang=es
2. Propuesta
del Presidente Evo Morales: Construyamos con nuestros pueblos una
verdadera Comunidad Sudamericana de Naciones para “Vivir bien”, 4
octubre 2006. ALAI: http://alainet.org/active/13712
3. Izquierda y progresismo: la gran divergencia, E. Gudynas, 24 diciembre 2013, ALAI: http://alainet.org/active/70074
Tomado de aquí
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